martes, 30 de septiembre de 2008

Intercambiando familias

Claudia Ortega estaba casada con Fernando. Ellos tenían tres hermosos hijos llamados Nicolás, Malena y Agustín. Esta familia solía ser muy allegada, pero recientemente la pareja había tenido algunas ridículas e injustificadas discusiones. Igualmente este no era el principal problema en la familia, sino que la situación económica de esta se estaba tornando insoportable y Claudia no podía soportarlo más. Fernando pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo, y casi no tenía tiempo para ella; a Nicolás no le estaba yendo muy bien en el colegio y tenía muchos problemas con las profesoras y sus compañeros, causados por su fuerte temperamento; Malena le temía mucho a los fantasmas y a los monstruos y gritaba toda la noche y, finalmente, Agustín, que era un simple bebé, necesitaba tener a alguien que cuidara de él mientras sus padres estaban en el trabajo.
Un día, luego de una pelea familiar, Claudia se enojó mucho y fue a caminar a una plaza para despejarse. Necesitaba un tiempo para estar sola, pensar en ella, su vida, su familia, y su futuro. Ella estaba extremadamente estresada y deprimida. Era tarde en la noche y Claudia tenía mucho sueño. Después de unos minutos de descansar las piernas en un banco de plaza, la madre de familia se quedó dormida, profundamente dormida.
Cuando se despertó notó algo inusual, diferente. Ya no estaba en el banco, sino en una cómoda y calentita cama que desconocía totalmente. Aquel cuarto no era su cuarto. Extrañada se preguntaba qué podría estar pasando. Lentamente giró su cabeza hacia la derecha y, para su sorpresa, un hombre gordo y peludo dormía junto a ella. Su grito lo despertó.
- ¡Amor! ¿Qué pasa, por qué gritás así?- dijo él.
- ¿Amor? ¿Estás loco? ¡Yo no te conozco!
Antes de que el hombre pudiera responder, tres niños entraron a la habitación.
- Mamá te tomaste una siesta muy larga, ¿Estás bien? Estábamos preocupados.
Claudia no lograba entender nada.
- Claudia, mi amor, ¿no nos reconocés? Soy tu marido, Francisco, y ellos son nuestros tres purretes- dijo el hombre con una sonrisa fingida y un leve tono de humor, para no asustar a los tres chicos que miraban estupefactos.
- Mil perdones, pero yo no tengo idea de quiénes son ustedes.
- Está bien, vamos a tomar el desayuno y a charlar un rato.
Francisco le explicó la situación. Él era su marido, trabajaba en una gran compañía a medio tiempo y por las tardes pasaba tiempo con Claudia, cuidando al bebé, Alejo. Nicanor, el hijo mayor, era el mejor alumno de su curso y el favorito de todas las profesoras. Por último, Micaela era una chica a la cual representaba su valentía, no le temía a nada. A primera vista, esto aparentaba ser lo que Claudia siempre había querido, pero sin embargo -y obviamente- ella quería buscar a su verdadera familia, necesitaba saber en dónde estaban. Para su sorpresa, no encontró ningún “Fernando Ortega” en la guía telefónica, por lo tanto tuvo que acostumbrarse a esta nueva familia ahora. Después de todo esta familia no parecía ser tan mala, es más, parecía ser perfecta.
Los primeros días Claudia disfrutaba mucho su nueva familia, aunque no podía entender la situación y extrañaba a su otra familia. Francisco tenía tiempo para ella, Nicanor no tenía problemas con el colegio y era muy querido, Micaela no gritaba por las noches y Alejo era un muy buen chico, y cuando su mamá no estaba en la casa tenía una niñera que cuidaba de él. Como dice Ricardo Arjona “son iguales los defectos que hoy me tiras en la cara y al principio eran perfectos”, es decir que al fin y al cabo el nivel de perfección de esta familia terminó por agotar a Claudia.
Se cansó de su rutina, de su nuevo marido e hijos; deseaba recuperar su otra familia, los extrañaba mucho y se dio cuenta de cuánto los amaba. Ya no le importaban sus defectos, lo único que quería era volver a su antigua casa y más aún a su antigua familia. Aquel fin de semana volvió a la misma plaza que había recorrido antes de perderlos, a la misma hora y se sentó en el mismo banco hasta quedarse dormida.
A la mañana siguiente se despertó exitada, pero para su sorpresa –o quizás no- seguía en el mismo banco, en la misma plaza donde se había sentado la noche anterior. Comenzó a caminar hacia su nueva casa, pero frenó al escuchar una voz que le sonó familiar.
- ¡Ma, mamá, a dónde vas?
Claudia se dio vuelta con extrema felicidad, y vio a Nicolás, su amado hijo detrás de ella.
- ¡Mi amor, te extrañé tanto, hijo, no te das una idea!- Dijo ella, con lágrimas en los ojos.
- Pero ma, estuviste solo una noche afuera de casa- contestó su hijo mayor.
- Tenés razón Nico, pero fueron como semanas para mí. Vamos a casa, quiero ver a tus hermanos y a tu papá.
Cuando Claudia legó a su casa, abrazó a todos sus hijos y a su marido, y prometió no irse de esa forma nunca más. Ella sabía que esto no volvería a pasar, su familia era especial y ella ahora lo sabía también. Esta era precisamente la razón por la cual los amaba, no importaba cuán mal les iba en el colegio o cuán miedosos fueran. Ese extraño sueño –que jamás llegó a comprender si verdaderamente lo fue o no- la ayudó a darse cuenta cuánto necesitaba a sus seres queridos.
Desde este día en adelante, tuvieron una mucho mejor relación y Claudia no volvió a dudar de que su familia era la mejor que conocía y que amaba a cada uno de sus integrantes del modo que eran.

Por Mercedes Picollo

1 comentario:

mariana dijo...

Bien, Mercedes. Ahora¿Cómo se escribe -segun vos-exitada?
Hay un error de queísmo
Mariana.